San Guinefort: El perro santo


La Europa de la edad media era definitivamente un mundo en gran parte oscuro, no todos tenían la oportunidad de llegar a la vejez, la muerte se paseaba por cada calle, por cada esquina, por cada rincón del hogar buscando a otra alma para llevarse. Era un mundo controlado y dominado casi en su totalidad por la Iglesia Católica, aquella que había pasado de algunos predicadores que iban de pueblo en pueblo, aquella donde era peligroso decir que eras cristiano, a sabiendas que tarde o temprano podrías morir por creer en alguien distinto. Eso había quedado atrás, el músculo de la Iglesia llegaba a casi todos los lugares, e intentar estar en contra de ella podía llevar incluso a que naciones enteras entraran en guerra para defender la llamada causa de Dios. En aquel tiempo era común que los santos sirvieran de protección e intercesión ante su Dios, y para el Vaticano, no había problema en esto, ya que la santidad además de ser divina, era motivo de orgullo y nacionalismo para muchos. Pero todo voló a los cielos cuando se supo que desde Francia crecía el culto de un santo llamado Guinefort, uno que la gente agradecía por milagros concedidos, que cuidada y protegía a los niños, pero que era un perro, y para una religión donde los animales no tenían alma solo había un culpable para tan terrible acto de sacrilegio, adoración e histeria colectiva, no había otro culpable que el mismo Diablo.

El contexto

En la Edad Media la muerte era algo muy común, todas las familias debían convivir con ella y no todos tenían la oportunidad de llegar a la vejez, por eso para mantener la supervivencia, los matrimonios se hacían a edades muy tempranas. Y era algo entendible hasta cierto punto, ya que cerca de la mitad de los jóvenes no alcanzaban sus veinte años y un niño de cada cuatro fallecía antes de cumplir el año.

La religión servía de bálsamo para las familias de aquel entonces, sin embargo, había un tema muy importante, la Iglesia prohibía que hubiera un duelo en aquellos niños que no habían sido bautizados, quienes además quedaban excluidos de los ritos cristianos, de usar el cementerio parroquial, y algo peor para todos, que pudieran entrar al paraíso.

En ese contexto es que en Francia se comenzó a hablar mucho de un santo, era un santo que protegía a los niños, ¿Qué madre o padre no iba querer pedir protección para su pequeño cuando la muerte siempre respiraba a la espalda de todos?, las razones eran razonables en una sociedad con pocas alternativas.

Guinefort

La historia de este perro tiene mucho de leyenda, algo que era muy común en ese tiempo. Comencemos con lo que sabemos, es que fue un perro lebrel, su dueño era un caballero de la región de Villars-les-Dombes. El perro era muy querido por la familia y era parte importante del día a día, en aquellos momentos se había hecho muy popular y común que aquellos que tuvieran la posibilidad de tener y alimentar a un perro, lo dejaran cuidando a los niños cuando tenían una ocupación o algo que hacer, esto fue ganando poco a aceptación al saber que el can no permitiría que algún extraño tocara al infante.

El caballero salió y dejó a Guinefort cuidando a su hijo de pocos meses. En un momento de la historia, una serpiente entró al cuarto y estaba cada vez más cerca del pequeño, algo que alertó al perro de inmediato quien comenzó una lucha sin descanso para salvar la vida del niño, la heroicidad de la mascota era mucha, pues fácilmente la serpiente podría picarlo y matarlo producto del veneno, posiblemente acabando con la vida de ambos, pero para Guinefort la protección del pequeño era necesaria y pudo al final matar a la serpiente en una larga lucha que dejó el cuarto, la cuna y las sábanas llena de sangre.


El caballero francés al llegar a la casa vio mucha sangre entre las sábanas de la cuna y asumió de inmediato lo peor, su heredero, su hijo, capaz había muerto ante un ataque de rabia y locura del perro, ¿Serían los celos? ¿Lo vio débil y acabó con su vida? Capaz fueron algunas de las preguntas que se hizo. El hombre lleno de cólera al ver al perro lo mató de inmediato, creyendo que así podría conseguir paz ante tan lamentable hecho.

Su sorpresa fue grande, al ver que el niño se movía debajo de la cuna y a su lado, una serpiente muerta, servía de trofeo y ejemplo de lo que había ocurrido anteriormente. Guinefort yacía muerto, el niño vivo y el dolor del caballero lo marcó para siempre, tanto así que lloró como nunca la pérdida de ese noble amigo que salvó a su hijo como si fuera de él.

Consternado, el hombre y su mujer hicieron una tumba con todos los honores posibles para enterar al valiente galgo, sembraron árboles cerca de su tumba y se aseguraron de que todo aquel que pasara por ese sitio supiera que un valiente perro estaba ahí, y que era el homenaje que podía hacerle un dueño arrepentido.

El nacimiento de un culto después de su muerte

Poco a poco la historia fue llegando a cada rincón de aquel lugar de Francia, y así muchos comenzaron a reconocer el noble gesto del perro, y ese final convertido en desgracia le daba un toque de santidad, había muerto haciendo su trabajo, quizás había movido su cola al ver al caballero entrar, pensó que estaría orgulloso de él por lo que había hecho, pero a cambio había conseguido la muerte. Aquellos padres desesperados por ayuda divina comenzaron a acudir al lugar donde descansaba, llevaban a sus hijos, pedían favores, suplicaban que llegaran a la adultez, que no se fueran antes. Que aquella ley moral de que un padre debe partir primero que un hijo se hiciera realidad, fue así que el culto comenzó a ganar adeptos y miles de personas comenzaron a peregrinar.


Era cuestión de tiempo para que los milagros comenzara a llegar, se decía que había salvado niños de una muerte casi segura, que había protegido de ataques de serpientes, de lobos, de robos, de casi cualquier cosa, cada día que pasaba no había ya espacio para ir a rendir tributos al perro que ya llamaban San Guinefort. A la gente no le importaba si no era una persona, al final de todo ¿No eran también los perros una creación de Dios? Cuando el culto llegó a las grandes ciudades de Francia, y las autoridades eclesiásticas supieron lo que ocurría, la preocupación y la sorpresa fue tal que decidieron que era momento de tomar una decisión antes de que todo se saliera de control.

La ira de la Iglesia

Cuando las autoridades de la Iglesia supieron que existía un culto hacia un santo, no había problema, en la edad Media, la santidad de daba casi por aclamación popular, no como ahora donde existe un proceso riguroso. Así que cuando llegaron noticias desde Francia, era casi un hecho que el llamado San Guinefort subiera a los altares en cuestión de tiempo.

El horror de sus miradas fue evidente cuando se supo que a quien le rendían culto era a un perro, era un animal. En los preceptos de la Iglesia los animales no tenían alma, era casi imposible que un perro hiciera milagros, no tenía ese contacto con Dios, y solo había un culpable, era el diablo que estaba engañando a todos y los estaba llevando por un camino de perdición directo hacia el mismo infierno.

Fue Esteban de Borbón quien documentó la historia y nos dejó algunos datos sobre esto en el año 1.250.

Borbón oyó hablar de esta costumbre en varias confesiones cuando predicaba en Laion y decidió comprobarla personalmente. Su testimonio, contado en la obra De superticione, no fue muy positivo porque la devoción de la gente se mezclaba a menudo con ritos que según él prácticamente rozaban el paganismo: «Fueron seducidos y a menudo engañados por el Diablo, quien esperaba de esta manera conducir a los hombres al error». Dijo.

El inquisidor destacaba especialmente a las mujeres que llevaban a sus niños enfermos o pobres a una anciana establecida allí, la cual realizaba (según él) advocaciones demoníacas y hacía ofrendas con sal, colgando luego las ropas de los pequeños en zarzas.

Naturalmente, a un inquisidor todo aquello no le hizo ninguna gracia, especialmente por el hecho de que venerasen a un perro como santo. Incluso se le dedicó el 22 de agosto como festividad, ya que en esta fecha el amanecer coincide con la aparición de sirio, la estrella principal de la constelación del Can Mayor. En el mundo rural, y no solamente en Francia, la gente no consideraba que sus creencias cristianas estuvieran reñidas con costumbres que coqueteaban con la magia pero que, al fin y al cabo, no les parecían tan distintas de ir a la iglesia a rezarle a un santo. Esto dio mucha fuerza al culto.

Borbón escribió también que los habitantes del lugar “fueron seducidos y a menudo engañados por el Diablo, quien esperaba de esta manera conducir a los hombres al error”. Sorprendentemente para aquel entonces, decidió no procesarles por brujería e intentar convencerlos de que abandonaran aquellas prácticas por su propia voluntad, pero sin mucho éxito. Haberlos procesado hubiera significado una muerte casi segura para todos.

A lo largo de los siglos la Iglesia intentó frenar el culto a Guinefort imponiendo multas a quienes fueran sorprendidos en el lugar rezando al perro, pero nada surtió efecto. El hecho de que aquella devoción perdurase hasta mediados del siglo XX, sobreviviendo incluso a las épocas más duras de los procesos contra la brujería, demuestra cuán arraigada estaba la fe en el “perro santo”. Finalmente, alrededor de 1870 se dio la orden de destruir el pozo donde supuestamente se encontraba enterrado, a pesar de lo cual las peregrinaciones continuaron hasta la década de 1930.

Cierre

La historia de San Guinefort es una historia que ha repetido en muchas partes del mundo, un perro que salva a un niño, es asesinado porque se cree que ha matado al pequeño y el dueño adolorido sufre su pérdida y se siente arrepentido de por vida. Pero también es la historia de la conexión y cercanía que existe entre humanos y perros, una conexión poderosa que puede llegar incluso a esferas como la de la religión. Guinefort también nos muestra que a veces nos aferramos a cosas cuando no encontramos sentido a lo que ocurre a nuestro alrededor.


Lo que si queda claro es que las personas no tienen problemas en romper las reglas cuando hay que reconocer las cosas que otros hicieron, los actores heroicos son muy importantes para los seres humanos y cuando vienen de seres que no esperamos le da un toque de mucha importancia.

San Guinefort, fue perdiendo con el tiempo su culto, y al día de hoy queda como un recuerdo, de como un perro puso en alertar al Vaticano, que era la instutición todopoderosa de la Edad Media, un perro que si existió solo hizo lo que mejor saben hacer los perros, cuidar y proteger a la familia que lo recibe.

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